jueves, 4 de junio de 2009

Entre lo bello y lo triste

Por qué estamos tan enfrascados en nuestras propias vidas y en nuestros propios problemas y no nos paramos a mirar más allá?
Realmente la mayoría de veces es simplemente por costumbre, o por que sinceramente nos creémos el ombligo del mundo y parece que las cosas malas que nos pasan, son lo peor del universo y las cosas buenas, las mejores del mundo.
Si dejáramos a un lado nuestra rutina y nos parásemos a pensar un rato, nos daríamos cuenta de que hay gente mucho peor que nosotros a nuestro al rededor y que con una simple sonrisa o un simple gesto, podríamos hacérles su día a día más llevadero.
Hace unos años trabajé en un asilo de ancianos y fué allí cuando empecé a dejar de mirarme el ombligo.
Aquellas personas olvidadas, solas, abatidas, apagadas, se sentaban en una silla y veían los días pasar. Cada día las mismas caras, cada día las mismas sillas, cada día la misma tristeza en sus ojos...
Uno no se puede imaginar lo duro que llega a resultar eso, ni lo hondo que te puede llegar a doler.
El primer día llegué a casa llorando y dije que no volvería más, que no PODÍA VOLVER, pero volví, claro que volví. Eso no era un trabajo, eso era algo más.
Saqué el valor de donde no pensaba que lo tenía y fuí, un día tras otro. Una sonrisa por aquí, un chiste por allá, unas palabras de atención y muchas horas de escuchar...
Una vez me acerqué a uno y le pregunté por que se pasaba tanto tiempo sentado en la misma silla y su respuesta fué "estoy esperando la muerte" Me quise morir en ese mismo momento, me partió el alma, pero tragué saliba e intenté animarlo como pude. Afortunadamente tube éxito y terminamos riendo en medio del pasillo, mientras intentaba enseñarme unos pasos de baile :) Pero luego la que necesitó desahogarse fuí yo...
Eso me daba la vida, los abuelitos reían al verme pasar, me saludaban con amplias sonrisas agradecidas, venían y me contaban lo que eran nimiedades para mi, pero grandes cosas para ellos y yo les escuchaba con gran atención y ellos se volvían a sus sillas llenos de alegría, orgullosos de ver que una persona joven les escuchaba y les entendía.
Pero, y lo orgullosa, feliz y plena que me sentía yo...dios!! eso no tenía precio!!. El trabajo en sí era algo negrero, de las monjas que "trabajaban" allí, mejor hablar en otro momento y del sueldo, mejor ni hablamos.
Dejemos de mirarnos el ombligo y apoyemos la mano en el hombro de quién lo necesite más que nosotros, vale la pena.

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